miércoles, 17 de diciembre de 2014

Lo que sucede bajo la mesa

Bajo la mesa nunca sucedía nada interesante, los pies de los comensales chocaban con las patas de esta, los invitados se incomodaban unos a otros al relajarse tras la comida y estirar las piernas para ponerse cómodos y Eva dejaba caer comida que su pequeña laika corría solícita a engullir cosquilleándole en los pies con su húmeda lengua agradecida y pidiendo por más. Pero nada como lo que sucedió aquel verano... nada como la revolución que aquel apuesto hombre trajo a su cuerpo y a su vida.

Eva Parker... Evita para su familia era una niña adolescente. Su madre era ama de casa desde que se casara con su padre un ejecutivo importante de una firma de abogados. Vivían bien, tenían todo lo necesario para vivir y un poco más para hacerlo acomodadamente. Iba al mejor colegio de la zona, un colegio para señoritas exclusivo y bastante elitista para su gusto, pero ¿quién era ella para negarse a lo que sus padres con tanto sacrificio le ofrecían?

Era una buena niña al fin y al cabo, responsable en clase, obediente en casa, nadie podía decir nada malo de ella. Su vida hubiera sido aburrida de no haber tenido a otras amigas tan excesivamente reprimidas y protegidas con celo por sus padres como ella con las que relacionarse. Pero eso cambiaría muy pronto... Evita se adentraría en un mundo tan basto e impredecible como incontrolable donde Él sería su guía, aquel hombre que cuando la miraba hacía que su mundo se tambaleara, sus labios se entreabrieran y sus pupilas se dilataran.

Su padre había tenido un infarto al corazón poco antes de ese verano y al ser lo suficientemente mayor había optado por una prejubilación con la que ir tomándose las cosas con calma, ya que el dinero no era el mayor de sus problemas, su fondo de pensiones privado era lo suficientemente abundante como para retirarse a una casita en la playa y vivir de las pensiones del estado y el fiduciario que mandaría a Evita a la universidad estaba bien protegido y dispuesto si ellos llegaban a faltarle.

Fue en ese entonces cuando tuvo que instruir a alguien mucho más joven que el para que tomara su posición en la firma. Se trataba de James Black un joven que aparentaba estar cerca de los treinta, inteligente, ambicioso, que se acercó a su mentor en previsión de un ascenso futuro, lo que no esperaba era que la oportunidad se presentara de aquella forma tan inesperada apenas unos años después de que terminara la carrera y comenzase a trabajar para aquella prestigiosa firma.


El Señor Black siempre era muy educado y atento con Evita, cada vez que su padre le invitaba a casa le traía unas chucherías; algún que otro vestidito de flores de los que tanto le gustaban, bisutería con las que ella se sentía como una autentica princesa de cuento, y libros. Estos últimos detalles la satisfacían especialmente, ya que Evita era una persona muy fantasiosa y soñadora, y no iba a negar que con su estilo de vida a menudo necesitaba evadirse y viajar a mundos increíbles donde soñaba que era otra persona más aventurera. Empezaba a entrar en esos años donde sus inquietudes sobre la vida que llevaba la hacían sentir disconforme con las decisiones y ordenes de sus padres.

El Señor Black como la llamaba ella siempre que le veía (a lo que el respondía con una amplia sonrisa llamándole pequeña) era un hombre que se había ganado el corazón de toda su familia con su carácter amable y sus modales refinados, especialmente el de Evita la cual lo veía como un caballero andante de brillante armadura. 

Pero sus orígenes eran humildes, era un hombre que había pasado por muchas penurias para ser aceptado socialmente al provenir de una familia de clase media baja, sin embargo su esfuerzo académico le hizo ir venciendo aquellas trabas poco a poco. Eso junto con el fallecimiento de sus padres a una edad tardía dejándolo prácticamente huérfano de familia (a excepción de una lejana tía solterona con la que nunca había cambiado más de dos palabras) ayudó a borrar la lacra que era su vida en ciertos círculos, no sin perder por ello sentimiento de ser un infiltrado entre aquella elite que de haber sabido su historia casi le habrían escupido a la cara. Como resultado de todo aquello... lejos de su vida laboral se transformaba en una persona completamente diferente.

Su forma de tratar a Evita podía parecer que fuera cortesía con la flor de los Parker... pero en su fuero interno era un gesto donde intentaba mitigar su cautiverio trayéndole cosas de un mundo exterior que ella no conocía. Al principio eran chucherías bajo una mirada molesta y unos labios apretados de desaprobación de la madre, pero después fue comprando su simpatía y atenciones con todos aquellos detalles. 

La clave estaba en los libros. En esos libros la niña salía de la pequeña caja que era su vida y su educación. Un día les confesó que se había sacado el carnet de la biblioteca y buscaba excusas para alejarse de las tardes soporíferas en casa y pasarlas allí aduciendo que tenía mucho que estudiar, algo que sus padres veían con buenos ojos. En aquel magnifico lugar impregnado del mágico y reconfortante olor de la celulosa Evita conoció clásicos... y un día bajo las sugerencias de su profesor de literatura clásica llegó a sus manos un texto de un autor ruso sobre una tal Lolita. 

Lo que leyó en sus páginas la impresionó tanto que tuvo que devolver el libro muerta de vergüenza a su lugar con el corazón encabritado. Evita había jugueteado quizás por vez primera con cosas que aun no entendía y que le hacían sentir como su sangre se agolpaba en partes de su cuerpo haciéndole experimentar sensaciones de las que era incapaz de ponerlas en palabras en su diario. Desde aquel día mirar a aquel hombre tan intenso y atractivo se le hacía difícil sin recordar las sensaciones que le produjera ojear las páginas de aquel libro.

Una inquietud crecía en su pecho, sus relaciones con los hombres habían sido escasas a excepción de la que mantenía con su propio padre, Evita estaba despertando como mujer al estímulo que causaba en el los cuidados y atenciones del Señor Black, un hombre que no había hecho más que cuidarla y tratarla con respeto, pero no de una forma tan poco realista como sus padres. El Señor Black la trataba como una persona inteligente y con deseos de conocimiento y eso solo hizo acrecentar su respeto, el rubor de sus mejillas y su corazón palpitando cada vez que le sonreía.



Todo cambió en una noche... Una noche de acción de gracias con toda la familia (incluida el Señor Black que ya casi era un miembro de esta) rodeando la mesa, con el Señor Black junto a Evita frente al Señor y la Señora Parker, bendiciendo la mesa y los alimentos de los cuales iban a disponer... Aquella noche el roce de la mano del Señor Black sobre su muslo desnudo para hacerla participe de su aburrimiento en la conversación sobre política despertó una intensa sensación de cosquilleo junto con su acelerado pecho y una débil y trémula sonrisa en su sonrosada boca. Apenas fue un instante, pero aquello hizo que algo se removiera en ella algo cálido como una burbuja que había estallado calentando su pecho y su cara con su salpicadura, bajando hasta sus piernas y perdiéndose en las profundidades entre sus muslos con un persistente pulso.

Durante la sobremesa y a petición de su padre, Evita deleitó a todos cantando mientras el  Señor Black tocaba al piano. Ella quiso que le enseñara a tocar a lo que sus padres accedieron mientras iban retirando la mesa para pasar al café y las copas para ellos en el despacho y los postres para ellas en la cocina. Aquello colocó al Señor Black en una posición delicada cuando Evita se acomodó entre sus piernas para llegar a los pedales. Este acariciaba sus manos colocándolas con delicadeza sobre las teclas sin forzar sus movimientos para hacerlos casi tan suaves como cuando el acariciaba el teclado. Mientras le hablaba en una voz suave y cálida al oído dirigiéndola para aprender lo básico su voz se entrecortó al sentir como Evita se movía lentamente hacia atrás para apretarse contra su cuerpo -Puedes tocarla otra vez? -le dijo entonces con su voz inocente y dulce en un suspiro de suplica por no dejar de sentirle. 

James no sabía que hacer, pero su cuerpo iba más deprisa que su mente, Evita se frotaba contra su entrepierna suavemente y su miembro se endurecía contra el virgen cuerpo de esta mientras sus manos ya comenzaban a tocar una pieza que por fortuna conocía de memoria. Su aliento subía y bajaba sobre el cuello de Evita mientras los ojos de ambos se cerraban y sus respiraciones se aceleraban sintiendo la música y la dureza de sus cuerpos conociéndose. Evita comenzó a sentir como su sexo palpitaba por primera vez, como su húmeda flor se abría hinchada de gloriosa excitación entre las piernas de su caballero de brillante armadura cayendo en picado hasta un orgasmo acompañado por el cresccendo de la música apretada contra su duro miembro con los labios abiertos de par en par  en una espiral de deseo que la cambiaría para siempre... que los cambiaría para siempre... se había abierto la puerta a todo el universo, las estrellas brillaban cegadoras...

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